martes, 24 de mayo de 2011

LEER EL MUNDO DEL OTRO ES COMPRENDER EL NUESTRO

Maritza Torres Cedeño




Leer abarca un gran número de conceptualizaciones. Para unos es decodificar signos gráficos; para otros es extraer información, para muy pocos es comprender el mundo, leerlo, evaluarlo. Los primeros, a nuestro juicio, no disfrutan cuando leen porque convierten el hecho en un acto mecánico, sin sabor a vida; los segundos es posible que satisfagan sus necesidades; los últimos, establecen una relación plena con el texto y su autor. Estos, sin lugar a dudas, re-crean sus vivencias, saberes y sentimientos.

Cuando leemos para crear significados, enriquecer experiencias de vida y aumentar el caudal afectivo; leemos el mundo más allá de la palabra impresa en el texto. Establecemos una suerte adivinatoria, lúdica que nos permite elaborar diversas conjeturas acerca de nuestro cosmo y de las circunstancias que lo rodean. Lo anterior, permite al lector interactuar con el texto de manera libre y creativa. Cada vez que subraya una frase, la toma como suya, niega o aprueba su existencia, realiza el sorprendente proceso de la comprensión.

El acto de establecer estas redes significativas es de carácter personal y el sentido que el lector le otorga a lectura está relacionado, directamente, con sus creencias, huellas y valores. Es decir, con su devenir socio-cultural. Leer desde esa perspectiva equivale a conjugar texto-escritura-lectura en un ejercicio perenne de pensamiento. “No hay pensamiento sin escritura. Lo pensado se piensa porque se escribe. En la lectura de esos pensamientos, hechos discursos, se manifiesta el diálogo, convocatoria permanente de la otredad ” (Lanz:1998).


Ese modelo de lectura, provee la intersubjetividad, el consenso y la relación cómplice entre el libro y el lector. No obstante, en ese proceso de intercambio y re-creación de significados, ella no tiene que asumirse como único apoyo para pensar o actuar, por el contrario, las ideas, los enunciados, las imágenes deben emplearse para enlazarlas con nuestras reflexiones, las cuales, son producto del análisis del día a día; de los que nos ocurre en la calle, en nuestros sitios de trabajo, en nuestros hogares; en fin, en nuestro rico y maravilloso contexto.

Cada encuentro con la palabra escrita regala una oportunidad para estimular el pensamiento, porque nos obliga a seguir indagando y continuar buscando nuevas interpretaciones de nuestro mundo y el de los demás. Sabiamente, lo dijo Vigotsky (1993) “sólo el lenguaje nos hace humanos”. Es él quien hace realidad que no se lea en solitario, en voz baja, aisladamente. Es por medio de su poder que leemos en voz alta, acompañados de una multitud; gritamos consignas; recitamos un poema y descubrimos que hay que leer el universo más allá de las palabras, pero con una mirada reflexiva; desde la cotidianidad, intereses y valores de cada ser humano.

Desde esta visión, se propicia la aceptación o el rechazo de las ideas del otro, con una actitud abierta a todas las posibles miradas de ese otro que comparte con el lector su perspectiva del universo. Así mismo, queda en evidencia el inmenso poder de la lectura como práctica social imperecedera (la historia de la humanidad da fe de ello), porque a través de la misma el patrimonio cultural del lector se aumenta ilimitadamente. Cada vez que leemos el mundo desfilan ante nuestros ojos secretos ancestrales, pócimas mágicas, misterios indescifrables, fórmulas matemáticas, preceptos religiosos, facturas telefónicas, problemas por resolver, reclamos, una prescripción médica, una nota de amor. En fin, desde los más complejos enunciados hasta los más sencillos y elementales. Pero, todos ellos siempre van a estar representados por signos gráficos, con significados renovables, en la medida que un nuevo lector pueda y desee descubrirlos.

Saber leer el mundo, a nuestro juicio, es impostergable, indispensable; es una necesidad. La comprensión del mismo tiene que ser alcanzada con una lectura producto de una reflexión rigurosa. Si logramos formar lectores del mundo circundante, desde los hogares, las escuelas, las comunidades; lo que equivale a decir desde su espacio vital; estaremos legitimando que la lectura permite afianzar los valores, la diversidad, la tolerancia y lo que es más importante aún: nos da la oportunidad de leer el mundo del otro para comprender el nuestro.



BIBILIOGRAFÍA

Lanz,R. (1998). Temas Posmodernos. Caracas: Tropykos.

Vigosky, L (1993). Pensamiento y lenguaje. Obras escogidas, Tomo II. Madrid: Visor (orig.1934)

LOS TALLERES LITERARIOS: ALBERGUE DE SUEÑOS


Maritza Torres Cedeño



“Se necesita la imaginación para creer que el mundo

pueda continuar y volverse cada vez más humano”

Gianni Rodari



La literatura, como toda actividad del arte, vive tanto de lo clásico que la preserva como de las innovaciones que la alimentan, entendiéndose que toda innovación anhela convertirse en “clásico”. Los talleres de creatividad literaria viven hoy su transición hacia la posteridad histórica de la literatura. Conversar sobre sus posibilidades es asomarnos a lo imaginativo que siempre los caracteriza.

La historia de los talleres literarios, en nuestro país, tiene su génesis en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes por iniciativa del escritor Domingo Miliani, quien como director del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” (CELARG), en 1975, los convierte en un magno proyecto cultural (Vera, 1985). Estos talleres estaban dirigidos a todos aquellos que tenían inquietudes literarias, es decir, que sintieran el llamado de la palabra a través de la lectura y la escritura de poesía, cuentos, novelas o ensayos.

Posteriormente, en 1996, el poeta Juan Calzadilla, fue designado coordinador del Taller de Poesía de dicha institución e implementó una metodología propia, experimental y transdisciplinaria en la que ensayaba un día con la prosa, otro con el verso o con la escritura dialogada a fin de que los participantes produjeran textos “desde una postura indiferenciada y anónima que les ayudara a superar todo protagonismo que pudiera conducir a rivalidades entre los participantes” (Calzadilla, 2007: 13).

De ese momento histórico, surge un grupo significativo de escritores que son referencia obligada en la historia de las letras venezolanas, entre ellos resalta el poeta y tallerista Williams Osuna (Premio Nacional de Literatura, 2009). Con el discurrir del tiempo, los talleres literarios se convirtieron en una práctica común en diversos contextos bajo la conducción de un escritor, un docente de literatura o un activador cultural, pero, todos ellos hermanados por el deseo de acrecentar el proceso artístico- creativo de nuestro país. Sin embargo, en la actualidad, no se perciben sólo como un recinto para formar escritores con miras a publicar sus producciones sino como un espacio para la consolidación de una cultura innovadora a través del conocimiento y del disfrute de los diversos géneros literarios. En tal sentido, es ineludible reflexionar acerca de la repercusión socio-cultural de los mismos.

Para abordar el tema propuesto para la disertación consideraré lo que plantean Bosch (2000), Morales G. (2003) y Antillano (2009). Estas escritoras y talleristas coinciden al expresar que un taller literario es un espacio en el que se propone estimular el poder creativo, desarrollar la imaginación y el disfrute de la obra de escritores consagrados y la escrita por sus participantes. Con base en lo planteado, esta modalidad de trabajo permite que sus miembros compartan responsabilidades, seleccionen las tareas que desean realizar y lo que es más importante aún: puedan construir textos más allá de los cánones tradicionales e impuestos por razones de índole histórico-cultural. De igual manera, pretende romper con los esquemas preestablecidos por la cultura escolar con relación a la enseñanza de la literatura, puesto que, más allá de transmitir conocimientos teóricos acerca de la obra de un autor determinado y nociones de crítica literaria, busca que los involucrados en el taller vivan el proceso creador y generador de la palabra a través de sus propias producciones textuales; que puedan compartir sus experiencias con el grupo y descubran sus potencialidades para ejercer o no el oficio de escritor.

Tal vez, este aspecto genere polémica debido a que, por tradición, los talleres se ideaban únicamente para contribuir a la formación estético-académica de un posible escritor quien vería coronar sus esfuerzos con la publicación de su obra o la recompensa de un premio literario. No obstante, si bien es cierto que no todos los que asisten a un determinado taller de literatura pueden llegar a ser escritores de cuentos, poemas, piezas de teatro o ensayos, hoy, los talleres de creación literaria buscan fortalecer el hecho de que los seres humanos son por naturaleza: innovadores, imaginativos y tienen la capacidad de utilizar estas habilidades para producir textos de calidad y preponderar la función social de la lectura y la escritura.

Para legitimar lo anterior, a través del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello se vienen implantando por todo el territorio del país talleres de creación literaria, de poesía, de narrativa, entre otros, para promover la lectura y la escritura en todos los espacios; la curiosidad intelectual; la originalidad y la libre expresión de las ideas a través de la reinvención de la realidad. Asimismo, tienen como norte contribuir a la construcción de un proceso cultural diverso, complejo e integral que sea capaz de potenciar el pensamiento literario, el desarrollo del lenguaje y la dinamización cultural en la escuela y en la comunidad.

Desde esa perspectiva institucional, los talleres de creación literaria se convierten en: a) un espacio liberador; b) un espacio para el trabajo cooperativo; c) un espacio para la cultura; d) un espacio para la praxis de valores; c) un espacio para la literatura y d) un espacio para la creatividad y la imaginación.

Un espacio liberador: en los talleres literarios los participantes se desenvuelven en un ambiente en el que prevalece el libre albedrío, en otras palabras, tienen la posibilidad de compartir sus conocimientos, dar a conocer o no sus impresiones, sus hallazgos, sus producciones textuales, las reflexiones a partir de la lectura de una determinada obra literaria sin ser cuestionados; por otro lado, se sienten convidados a plantear y desarrollar propuestas que enriquezcan los encuentros y la construcción de saberes. Bajo este enfoque, es relevante que ese espacio liberador esté regido por la tolerancia y el respeto hacia la diversidad de pensamiento para que todos los involucrados puedan desprenderse de los temores propios de quienes crean algo novedoso. Pensar, escribir y leer en libertad posibilita la praxis y la difusión de un verdadero proceso cultural.

Un espacio para el trabajo cooperativo: otra de las bondades de los talleres literarios es que en ese contexto todos comparten las tareas y las responsabilidades de forma consensuada, tienen la potestad de involucrarse en la planificación de actividades tales como: la organización de los equipos de trabajo, acuerdos que se relacionan con el horario, el número de sesiones, las lecturas que se realizarán, la elección de los sitios culturales que visitarán, entre otros. En esta modalidad, el coordinador del taller no es el centro sino un integrante más que orienta y modela un comportamiento para el resto del grupo. En otro orden de ideas, es válido acotar que cuando se trabaja en equipo, también, se legitima el trabajo individual a través de la propia aceptación, el fortalecimiento de la autoestima y el reconocimiento de sí mismo como individuo capaz de elogiar y aprender de las equivocaciones.

Un espacio para la cultura: en cada encuentro, los participante aportan su identidad cultural y con ella su visión de la sociedad, de los valores, del discurrir histórico de su entorno vital; esta perspectiva es fragmentaria, producto de su interacción con sus pares, la familia, la escuela, la televisión, las redes sociales; por este motivo, el coordinador del taller debe conocer la historia de vida de los asistentes para que la empatía afectiva y cultural sea más rica. Esa polifonía de experiencias puede generar el intercambio de saberes y la construcción colectiva de nuevos conocimientos.

Un espacio para la praxis de valores: constantemente, los asistentes a los talleres son invitados a participar en conversatorios; en la producción y revisión de textos poéticos, narrativos, dramáticos; en cine-foros, entre otros; la ejecución de estas actividades los conducen a la praxis permanente de los valores humanos como: la responsabilidad, puntualidad, honestidad, respeto, solidaridad, tolerancia y la perseverancia; a la par, facilita el desarrollo de una sana convivencia que se puede observar, por ejemplo, cuando aceptan con agrado las ideas del otro; respetan la autoría de un texto que en algún momento puede servir de inspiración o modelo a seguir. El trabajo cooperativo que se realiza en ese recinto vigoriza la presencia de la paz, la inclusión y la resolución de conflictos desde el diálogo y la reflexión.

Un espacio para el disfrute de la literatura: sin lugar a dudas, la literatura tiene un lugar imponderable en los talleres, ya que, la mayoría de ellos son concebidos con la visión de leer, escribir, discutir, pensar y fantasear desde la literatura. Por antonomasia, ella está presente en todo proyecto que se relacione con la promoción de la lectura y la escritura, el desarrollo de la imaginación, la creatividad y la búsqueda de lo estético. Cuando se lee un texto poético, por ejemplo, el mundo sensorial y afectivo del lector se enriquece a través de la interpretación de cada imagen encerrada en las palabras que entrega el escritor. Al estar frente a un cuento, una leyenda, un mito, una crónica es muy posible que, espontáneamente, surja la necesidad de establecer analogías con la cotidianidad para re-crear la historia.

La empatía entre lector-texto-autor nos lleva a considerar la necesidad de ofrecer a los que asisten a los talleres de creación literaria elementos de carácter metodológico que la faciliten. De allí, la gran responsabilidad que asume el coordinador de un taller literario al momento de planificar las actividades conexas con la literatura.

En palabras de Mendoza Fillola, (2004:82): “le corresponderá potenciar y guiar la necesaria libertad del lector; educar su sensibilidad, su capacidad de asimilación recreadora y ampliar su competencia literaria para que aprecie, comente e interprete las obras literarias”. La metodología que adopte el tallerista para el abordaje de la literatura escrita u oral deber ser flexible, enriquecida por la música, el dibujo, la pintura, la danza, el cine, la radio, la televisión y la web.

En este orden de ideas, si bien es cierto que un taller de creación literaria no es una clase para enseñar literatura es relevante que lo académico esté presente (sin exacerbado didactismo), ello garantiza la aprehensión del carácter socio-cultural y simbólico de la literatura como, también, el reconocimiento que aún se adeuda a los que ejercen el solitario oficio de escritor y editor. La literatura posibilita la permanencia del lenguaje como eje integrador que puede ir más allá de lo convencional para convertirse en algo íntimo que da espacio a la metáfora quien como ente espiritual consiente el surgir de lo que nunca antes se expresó.

Un espacio para la creatividad y la imaginación: en el contexto específico de los talleres de literatura ambas van de la mano. Al definirlas, encontraremos elementos que parecieran unirlas como, por ejemplo, el hecho de que conducen a crear lo inexistente a través de una imagen constituida por la fantasía. En tal sentido, el facilitador motivará a los participantes a que empleen la imaginación verbal, es decir, los invitará a jugar con el lenguaje y crear expresiones lingüísticas novedosas que, posteriormente, darán vida a un poema, un relato, una adivinanza, alguna jitanjáfora, una máxima o simplemente en una frase significativa para quien la escribe. Estos juegos lingüísticos, favorecen el proceso creativo-literario y la reinvención de nuestro imaginario; de allí, la gran misión de los talleres de creación literaria: promover la creatividad, la intuición y la ruptura definitiva de la monotonía intelectual. En palabras de Rodari: “hay que cultivar la creatividad en todas las direcciones” (1999:200) para instalar en la escuela, la familia y la comunidad una nueva cultura: la cultura de la innovación.

En razón de lo expuesto, no sería justo, concluir mis reflexiones sin hacer referencia a la creciente expectativa que generan los talleres de escritura creativa, on line. Éstos ofrecen (de forma gratuita o no) enseñar a escribir poesía, biografías, guiones cinematográficos, cuentos, ensayos, explorar el género periodístico así como, también, propiciar la creatividad y el conocimiento de la obra de un número importante de escritores de habla hispana. Algunos, son acreditados por prestigiosas universidades, quienes buscan captar la atención de los usuarios, a través de una seductora y colorida presentación. Otros, por escritores de probada trayectoria. Todo lo anterior, los convierten en una alternativa atrayente y válida para acercarse a la creación literaria, no obstante, y a pesar de su magnificencia tecnológica, no podrán sustituir esa íntima emoción que ofrece un taller de creación literaria que nace en un espacio comunitario, en la escuela o en el hogar de un poeta y que por el artilugio de la palabra oral o escrita se convierten en un verdadero albergue de sueños.

Referencias consultadas

Antillano, L. (2009). Antología del taller de escritura creativa de La Letra Voladora 2007-2008.Valencia: La Letra Voladora.

Bosch, V. (2000). A bordo de la imaginación. Desde la literatura hasta los juegos con poesía, el pozo sinfín y otras experiencias creativas. Caracas: Alfadil Ediciones.

Calzadilla, J. (2007). Módulos de promoción de la lectura y la escritura. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.

Mendoza Fillola, A. (2004). La educación literaria. Bases para la formación de la competencia lecto-literaria. Málaga: Ediciones Aljibe.

Morales Galindo, L. (2003). El taller literario en la enseñanza de la literatura. Cuaderno pedagógico del CILLAB Nº 8. Caracas: UPEL.

Rodari, G. (1999). Gramática de la fantasía. Introducción al arte de inventar historias. Bogotá: Panamericana Editorial.

Vera, E. (1985). Flor y Canto. 25 años de poesía venezolana (1958-1983). Caracas: Academia Nacional de la Historia.